Juan Ferrer: "Somos aventureros de salón, tendríamos que plantarnos"

LLEIDACOM / Amaia Rodrigo Arcay
Publicat: 
24-10-2019
Actualitzat: 24-10-2019 19:35
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  • Juan Ferrer: "Somos aventureros de salón, tendríamos que plantarnos"

Té aspecte de persona sèria, poc sociable i solitària. I diu que té fama de criticón. El cas és que no perd ocasió de conversar, riu molt i té un sentit de l'humor agut. Si cal criticar, critica. I si cal elogiar, elogia. El cinema no només marca la seva professió, també la forma de mirar les coses. Enguany farà 30 anys que Juan Ferrer va portar la seva primera crítica cinematogràfica a Segre. I n'ha fet 25 que va impulsar la Mostra de Cinema Llatinoamericà. La pluja el transporta a una infància entre Lleida i Barcelona, a dins d'un cinema per obligació. Això marca. Tot i que el seu desig sempre ha estat dedicar-se a la literatura. El cas és que imagina millor que escriu. Inconformista per convicció tot i que menys radical del que voldria. Assegura que ja està en l'edat en què diu i fa el que vol. Deu ser per això, que no comencem l'entrevista pel principi. "Llámame Sherlock", diu. Demanem un cafè al Funàtic i sense conèixer de res la cambrera em diu totalment convençut que és colombiana. I sí. L'ha clavat. Diu que seria capaç d'endevinar la nacionalitat de qualsevol persona llatinoamericana. I d'aquí, comença a parlar, amb certa enveja, de la capacitat de la gent d'Argentina. (I jo me n'adono que he de posar la gravadora en marxa tot i no haver fet la primera pregunta).

Nosotros venimos de una educación determinada marcada por lo prohibido. Los argentinos tienen cosas asumidas y se nota en las conversaciones, en los temas de los que hablan. Por eso hacen tan buen cine. Y por eso, en las universidades de cine hay tanta gente estudiando porque les motiva de verdad y trabajan duro para poder conseguirlo. Aquí, no pasa. Siempre se dice que estamos tan avanzados y no tanto. Hay mucha gente que estudia teatro o cine y luego no se dedican. Porque nos han enseñado que tenemos que tener un trabajo estable. Estamos sometidos a una serie de obligaciones, cuando llegan las facturas, hay que pagarlas. Nos han sometido a una situación de temor colectivo que nos ha cortado las alas. Si todo el mundo se plantara y estuviera dispuesto a vivir con menos y a hacer lo que realmente quiere hacer, la sociedad cambiaría. Lo que pasa es que somos aventureros de salón. Vemos que todo está fatal y la gente no se mueve.

  • ¿Y tú te mueves?

Sí, me muevo. Menos de lo que me gustaría. Y soy más aventurero de salón de lo que realmente querría ser. Pero me muevo. Tengo mi culpa y puedo permitirme el lujo de criticarme porque me doy cuenta. Estoy metido en una protectora de animales. Me gustan mucho. Hasta ahora siempre he vivido con animales. Tenía una perra que se llamaba Frida y un perro que se llamaba Lord Byron. Pero no me hacían caso debían de entender que eran nombres aburridos. Así que respondían al nombre de Chispi y Pipo. (Se ríe). Ahora, que me ha dado por viajar, ya no tengo.

¡Estoy hablando mucho y no hemos empezado con la entrevista!

  • Yo ya he puesto la grabadora

¿En serio? ¡Pero si me he metido mucho con la gente! Ya tengo mala fama de criticón.

  • ¿Y te reconoces en esa fama?

A veces. A veces es injusta, porque se creen que te han cogido la horma del zapato y que todo lo que dices es negativo. Soy crítico de cine y se toma como si fuera negativo. Soy analista. Ahora ya tengo una edad en que puedo hacer y decir lo que me dé la gana.

  • ¿A qué edad empezaste a hacerlo? Porque igual entonces no tenías edad todavía

(Se ríe). Siempre he sido bastante así. He pasado etapas. He vivido mucho tiempo fuera y he aprendido cosas bien y cosas mal. Al final, todo te enseña. Como dice esa frase tan rimbombante de que lo importante no son las veces que te caes sino las que te levantas. A mí, me da igual eso. Pero algo de verdad debe tener si se dice tanto. Igual que los héroes. A nosotros, no nos hacen falta héroes sino gente que sepa gobernar, hacen falta personas. Ni más ni menos. Yo quizás soy muy radical. No tanto como querría, porque vivo en una sociedad que no lo es y porque yo también tengo que vivir. Pero hay muchas reglas que me parece que son inocuas. Pasan los años y no se avanza. En otros momentos haces una regresión. La cultura es tan brillante. Hay gente tan inteligente que ha aportado cosas tan agradables: pintores y pintoras, escritores y escritoras, cineastas... A mi me gusta tanto el cine porque me permite vivir en mundos que no he vivido. O convivir con personajes interesantes. Eso pasa también con la literatura. Por eso me sabe mal que el mundo vaya tan deprisa y no poder seguirle el ritmo. Con los avances tecnológicos que hay, habría que dedicar un hueco a conservar maravillas. Y en eso el cine es muy injusto. Es el arte más joven, pero el cine en blanco y negro ya es antiguo. Quizás es que no lo sabemos explicar. Explicar los genios que tenemos. Woody Allen es un genio. Es indiscutible. Más allá de todo el movimiento Me Too sobre los abusos de los que le acusan. Si son ciertos, yo los rechazo, como rechazo cualquier abuso que se cometa contra una persona. Por eso me refugio en el cine. Siento que viendo la televisión, por ejemplo, pierdo el tiempo. Y el tiempo no está para perderlo. No me gusta pasarlo mirando cómo nos tragamos noticias falsas que pudren la mente, cómo gritan unos u otros o como venden cosas según de donde caigan las hostias. No me gusta la manipulación salvaje que se hace, de cosas que yo he visto y que sé que no son reales.

  • Vamos a empezar con la primera pregunta de la entrevista. Preséntate. ¿Quién es Juan Ferrer?

Yo nací en Barcelona. Y estoy en Lleida desde los 8 años. Siempre digo que soy de un barrio que ya no existe: los bloques Seminario. Eran unos edificios con un mapa de España en el centro. Éramos felices porque no sabíamos que éramos pobres. Yo supe que era pobre cuando fui al Sant Jordi y conocí a gente que tenía dos casas, una para veranear.

Soy el director de la Mostra de Cinema Llatinoamericà de Lleida, de Cataluña. Y hace 30 años que hago la crítica de cine de Segre. Soy un ciudadano normal y corriente que pasea por las calles y que lee, que escucha música, que ve cine, que le gusta viajar, le gusta todo lo bueno de la vida sin necesidad de molestar a nadie por ello. Ese creo que soy. Puedo ser muy bueno o muy malo según el grado de intensidad que le pongo a las cosas. Y ya no lo escondo. Soy un ser imperfecto y estoy muy contento de serlo. Debe ser aburridísimo ser perfecto.

  • ¿Es que conoces a alguien que lo sea?

No. Sí que conozco a gente que cree serlo. Eso me causa doble impresión: ver que no lo es y que se lo cree. Yo creo que soy menos inteligente de lo que algunos se creen y más de lo que otros creen.

Tengo fama de tipo serio y con mal carácter, mi físico no lo puedo cambiar. (Se ríe). A mi me encanta desayunar cada día con mis amigos, que son diversos y salir a cenar y charlar... Me aburre ir de copas porque el sonido no me deja conversar y para escuchar música, lo hago en casa. Y me encantan los días de lluvia, porque me retrotraen a la infancia. Mi madre ponía una persiana de esas antiguas verdes en el balcón y yo me metía allí como si fuera una cabaña. Me pasaba horas. Hasta mi madre se preocupaba porque no me oía. Y como era algo travieso, era extraño que estuviera tanto rato en silencio. (Se ríe). El verano lo pasábamos con mis primos en casa de mis abuelos en Barcelona. Me resultaba muy duro porque mi abuelo era muy estricto. Una vecina nos enseñaba piano, pero duré cuatro días porque él decía que yo era de madera y que no aprendía. Pero bueno, leía mucho y me impresionaba su despacho tan grande...

  • ¿Y no descubriste allí que en Lleida eras pobre?

No. Porque esa casa me daba más miedo que otra cosa. Con un carrillón de esos que sonaba cada hora. Lo vivía como si estuviera en un convento, con todo muy rancio, como de naftalina. Me lo pasaba bien porque estaba con mi familia. Pero era aburrido y eso me hacía hacer cosas. Por eso me pasaba todo el día castigado. Nos poníamos detrás de las cortinas y le cogíamos los pies a mi abuela y se caía... hacía reír a mi hermana y a mi prima en la mesa y eso no lo consentían. Eran muy serios. Por la noche teniá miedo de ese reloj y me iba a la habitación de mi hermana. Yo tenía 9 años y no me atrevía a ir al baño porque veía un fantasma en un camisón colgado.

Pero pese a todo, recuerdo mi infancia con gusto. Y los días de lluvia, además, dan a las calles un brillo especial, las la tierra tiene otro color. Hasta un coche circulando es bonito.

  • Es muy cinematográfico

Es que a mi me gusta escribir. Yo quería ser escritor. Pero imagino mejor que escribo.

  • Piensas en imágenes

Sí. Aunque escribo siempre. Hacer críticas de cine también es enfrentarse a un papel en blanco. Tienes que describir lo que te ha transmitido, las interpretaciones, la estructura, la fotografía, el sonido, o si hay saltos inconexos o no.

  • ¿Cómo llegas a ser crítico de cine?

Estudié cine en Francia y al volver aquí, conocía a José Carlos Monge y les propuse escribir críticas. Hice la primera y el trato era que si la veía publicada, volviera. Y la publicaron. Al principio, entré en la redacción. Pero mi vocación no era el periodismo. A mi lo que me gustaba eran las películas. Y luego vino la Mostra. El Centre Llatinoamericà nos llamó a Germán Caufapé y a mi y empezamos a organizarla. A veces miramos a latinoamérica como si fuera el tercer mundo y nos dan mil vueltas en un montón de cosas. Por ejemplo, el número de realizadoras es muy alto desde hace tiempo. Me gusta ver que hay tantas conexiones entre latinoamérica y Cataluña. Muchas no las conococemos. Margarita Xirgu estuvo dirigiendo el teatro de Montevideo durante años. El derecho mexicano lo cambiaron los catedráticos republicanos que se refugiaron allí. El himno de Argentina lo compuso un catalán, Blas Perera. O el modernismo en Cuba. Apellidos como Bacardí son catalanes. Pau Casals está enterrado en Puerto Rico. Hay unos lazos muy importantes que no hemos sabido leer. Lo vemos como lejano. En cambio ellos nos ven muy cerca.

La Mostra no tiene techo porque Latinoamérica tampoco lo tiene. Aunque es difícil sacarla adelante, porque muchas veces, sólo se reconoce lo que es popular. Hay que traer a gente muy conocida para atraer a gente a ver el resto de cosas que son muy interesantes. Y por otro lado, tenemos que aprender a creernos lo nuestro.

  • ¿No lo hacemos?

Se hacen cosas muy interesantes en esta ciudad que están poco valoradas. Por ejemplo, el Jazz Tardor, que es una maravilla. No es lo mismo que un concierto de Rosalía que te llena un estadio. Hay que saber adecuar las cosas y apreciarlas por lo que son. Hay gente fantástica en Lleida que ha hecho mucho por la ciudad que no están reconocidas. El dicho ese de “cómo va a ser un genio si es mi vecino”. Pues eso nos pasa aquí. A veces, se han hecho cosas aquí rechazándolas hacer en otros sitios y han levantado cosas de la nada. Pero parece que lo de fuera, sólo por ser de fuera, es mejor que lo que hace la gente de aquí.

  • Tú has viajado mucho y siempre vuelves aquí. ¿Por qué?

Es mi zona de confort. ¿Me gustaría vivir en Italia? Sí. Me encantan sus rincones, sus paisajes, todo. Pero vuelvo a Lleida y cuando veo la Seu Vella, siento que estoy en casa. No es la ciudad más bonita del mundo y lo sabemos. Pero yo la he visto mucho más fea. Ha mejorado muchísimo. Quizás hemos perdido un poco de identidad. Debe ser que yo soy un antiguo. Los bares o los lugares de encuentro son todos iguales, no hay ningún sitio especial, todo son franquicias.

  • ¿El cine y la Mostra son una forma de trasladar el compromiso social?

El cine es una revolución en si mismo. Siempre busca nuevos lenguajes y nuevas formas. En el ámbito social ha hecho un gran trabajo. Hay cine muy comprometido. Es un ser vampírico que absorbe todas las artes y se construye así, como un monstruo de Frankenstein. Es un invento maravilloso. Es lo más cercano a ver un fantasma, porque en cualquier momento puedo ver a Marilyn o a Robert Mitchum. Puede paralizar el tiempo en movimiento. Y se regenera y constantemente incorpora nuevas fórmulas por el atrevimiento de nuevos realizadores y realizadoras. El cine quizás es el que se ha dado más cuenta de la brecha salarial entre hombres y mujeres, aunque ha sido tremendamente injusto con las mujeres.

También creo que el cine, a diferencia de la literatura, es un acto social que compartes con gente que no necesariamente conoces. Es una pena que se pierda. Me gusta que el cine esté dentro de la ciudad. Yo cuando era pequeño, atravesaba Cavallers y veía 7 cines. El modelo de centro comercial no me gusta. Me parece bien que exista, pero no me gusta que a costa de eso desaparezca la posibilidad de ir andando al cine, tomarte un café tranquilo comentando la película. Por eso me gusta el Funatic y cómo lo están sacando adelante.

  • ¿En qué crees que eres especialista?

Soy alumno de todo y profesor de nada. Soy muy torpe. No sé de casi nada. No tengo ni carnet de conducir. Pero tengo el poder de engañar para que la gente me lleve. (Se ríe). Creo que he aprendido muchas cosas de la vida por vivirlas. Pero continúo siendo torpe en lo mismo. No soy excesivamente delicado, a veces no leo bien los momentos, soy bastante visceral... y también en las cosas prácticas. Puedo poner un cuadro, pero no aseguro que dure mucho en la pared.

  • Cuando eras pequeño, ¿qué querías ser de mayor?

Pequeño. (Se ríe). No recuerdo haber querido ser astronauta ni policía...

  • ¿Ni actor ni director de cine?

Yo tengo una historia con el cine, mi pequeño Cinema Paradiso. El vecino era el taquillero del cine Viñes. Como mi madre trabajaba, me dejaba con él cuando se iba a trabajar. A mi me maravillaba aunque me tragué pelis dos y tres veces. Cuando mis amigos me decían de ir al cine siempre decía que no. Pero más adelante, tenía un amigo que era proyeccionista y guardaba carteles de películas...

  • ¿Y por eso decidiste estudiar cine?

Yo me fui a Francia porque quería ser escritor. Me imaginaba madurando en barrios bohemios. Entré a trabajar de camarero en un restaurante. Y José Triana, un gran escritor cubano, era profesor de la escuela de cine en París y pude entrar. Fueron tiempos muy divertidos. Es que cuando te vas haciendo mayor, tiendes a recordar lo bueno. Lo malo, lo anulas. Tenemos la obligación de hacerlo. La gente que me cae bien, me gusta mucho. La que me cae mal, me da igual. Y espero ser lo mismo para ellos. Pero la vida lleva a cariños y también al lado oscuro, a enfrentamientos y a intereses. En la Mostra me he encontrado con muchas cosas así, con cosas que no esperaba encontrar. Yo quería traer pelis y nada más. Son cosas que se aprenden.

  • ¿Qué superpoder te pedirías si fueras un superhéroe? ¿Cómo salvarías el mundo?

No me veo salvando el mundo. Eso corresponde a gente que tiene el poder para cambiarlo. Me gustaría que todo el mundo tuviera sus oportunidades. Y que no fuéramos tan insolidarios ni tan ambiciosos. Todo el mundo ve que nos estamos yendo a la mierda y aquí seguimos sin movernos. Si nosotros somos los más inteligentes...! Quizás me gustaría eso tener la capacidad de ser más inteligentes, todos en general. Pero en plan superpoder... no sé. Ser el Joker. De ser una persona vapuleada se convierte en un cabrón. Pero con causa. Y se quejan. Pues si lo habéis construído vosotros, no os quejéis. Son principios de la revolución. El cine tiene ese poder magnético, dice muchas cosas entre líneas que se pueden interpretar si se saben leer. A veces, hay mucha más profundidad de lo que parece.

  • ¿Cómo te despides?

Yo con la gente que conozco no me despido. Más bien me encuentro. Las despedidas son cuando es inevitable. Cuando muere alguien. El resto son partes de una misma película.

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